Obsesión
Wednesday, May 31, 2006
Con rostro pálido miró la cama. La aceleración sanguínea se le hacía intensa En el pecho le explotaba el ímpetu. La respiración agitada y entrecortada 1, 2, 3, espacio, 1, 2, 3. Metódicamente. Lo encontró mirando hacia el techo como esperando por ella, con la amarga convicción de que le quitase las ganas de un cuerpo, de cualquier cuerpo, y luego le dejase dormir su desolación. Esperó que el sueño venciera sus párpados para entrar en la habitación. Se dirigió a la cocina para terminar los trámites que uno a uno iban cobrando vida dentro de su plan. Se posó en el sillón mientras pacientemente se desnudaba recordando sus heladas manos siguiendo las curvas de sus prominentes senos. No quería recordar, mas los pensamientos emergían cruelmente en su trastocada cabeza. Pero era muy tarde ya, la decisión estaba tomada. No había forma de volver atrás y eso lo tuvo muy claro desde el día en que lo conoció. Una marca mortuoria, una señal demoníaca. En cada mirada punzante, en cada sonrisa fría. Aun así nunca pensó en llegar hasta ese punto. Confiaba en su capacidad de dominio, en los poderes femeninos que le fueron concedidos. Pero nadie le dijo que sería fácil Nadie le dijo que sería posible. Lo acogió durante tanto tiempo esperando por un ser condescendiente que se apiadara de su alma y le concediera a ese hombre como su más siniestro deseo. El hada no llegó. La utopía se quedó flotando en su veleidoso ser, ardiéndole como fuego en alcohol. Prostituyendo sus pensamientos más puros y transformándolos en designios funestos . Pero él no tenía otra forma de amar; nada podría haber extraído de ese animal que no fuera para su autosatisfacción. El miedo y el rigor le habían arrancado los últimos vestigios de sonrisas. Y quizás por eso lo amaba con tanto afán, porque le obsesionaba la idea de recuperar al hombre detrás de la máscara de antagonista cínico. Porque le pervertía la idea de poseerlo, por obtener de la forma que fuese algo que no involucrara el placer carnal. Fue así como se le ocurrió la idea de llegar más allá del límite permitido, de sobrepasar la barrera de la piel, de subyugar al enemigo hasta el punto de arrebatarle hasta el más mínimo pedazo. Fue así como se metió en su cama sigilosa cual felino al asecho. No podía evitar mantenerse intacta frente a tanta belleza, frente a ese rostro de rigidez absoluta que al dormir reflejaba una cierta dulzura perversa. No tenía la precisión, ni tampoco la convicción de lo que estaba haciendo, pero sabía que no quedaba otra salida. Cerró los ojos para no presenciar la escena, mas podía recrearlo en la imaginación. Tomó el cuchillo, lo apretó con fuerza en su tembloroso puño y como si fuese la peor de las bestias, y arremetió el puñal sobre el pecho de él. Mantuvo los ojos cerrados por un momento, mientras disfrutaba el recorrido de la sangre aun caliente por su cuerpo. Quiso quedarse ahí hasta ser bañada en ella por completo, quiso ser poseída por ese líquido acuoso. Al abrir los ojos se encontró con un mar de escarlata, con un tórax hermosamente cercenado, con una insonoridad tortuosa que desvestía el ambiente. Se refugió en un grito para revelarse contra el silencio. Miró a su víctima, que tantas veces antes fue su victimaria, lo sintió indefenso y pensó en la macabra idea de tomar de su pecho aquel órgano que le había sido negado. Nada quedaba por hacer. Lo prohibido ya había sido infringido y de nada servía tener en sus manos un corazón sin palpitar. No le restaba nada, no obsesión patológica que le consumiera la vida. no sueño desesperado que se le escapara de las manos como viscoso pez para salir detrás de él. Entonces se acomodó al lado de el cuerpo yaciente y con la misma precisión con la que atacó a su presa sucumbió al filo del cuchillo, acogiéndolo en su cuerpo pequeño. Se dejó seducir por la suerte sintiendo en cada partícula de su cuerpo como sus pies se movían al ritmo de la nada, siguiendo los pasos de quien la condujo hasta la locura.
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