El
momento más perfecto entre alumbramiento y verso
es ese
en que solo el silencio se congela en mi garganta
el resto
no es más que ruido.
Las
palabras que brotan como lava ardiente del estómago a la boca son inecualizables.
Soy
disonante y en toda nota, desafinada.
La melodía
que emerge de mi ser interno no puede ser interpretada ni en sonetos, ni en
baladas.
Pero escribo,
y mis palabras son la espada de David
solo
obedecen a este inocente despiadado,
solo
caben en este pedazo de alma trizada
y son
capaces de cortar la cabeza del más grande monstruo de Israel.
Escribo
porque tengo una voz sin cuerdas vocales
que son
varias voces a su vez y que convergen en el papel
un poco
andróginas y amorales, un poco macabras y displicentes
pero
son miel con manzanilla para el único ángel capaz de detener su arpa por
escucharles.
Porque en
mi alma aun reside la pureza y la maravilla
esgrimo
epítetos para exorcizar a cada uno de los demonios que habite dentro.
Para liberar
a todas las bestias que deban ser liberadas antes que me lleve la parca
Porque
es la vida y no la poesía la que debiese ser sublimada.
Escribo
con la culpa de haber ofendido a los dioses
y consciente
de mi castigo es que desfundo mi espada
para redimir al más corrupto de mis enemigos:
ese gigante egoísta que habita siempre
dentro de nuestro propio corazón.
...
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