
Hoy fue un día nublado, pero por un momento apareció el sol por mi ventana mientras escuchaba a los Beatles cantar “Here comes the sun”... Mágico, me pareció. A veces me ciego un poco, y suelo irme en fade out, se desvanece lo que me crea certezas, frente a mis ojos se evapora la claridad, pero vuelve siempre en tornasoles.
De vez en cuando me nublo en frente del espejo, porque la persona que está ahí no soy yo, y no me agrada su cara.
Pero siempre vuelvo a mi misma como si nos hubiese separado un largo viaje, y me alegra el reencuentro, porque no hay nada más triste que alejarse de uno mismo.
Hoy no quise ir a clases, no me sentía bien, tengo una gripe (de putamadre) que me está matando, pero no es tanto el cuerpo el que me duele, si no que me duele el alma, y me duele el ego. El alma por un lado me dice: “¡Qué vida de perros! ¡Que mundo de mierda! Tener que pasar a ser una sombra más de los recuerdos ajenos, una pieza gastada del ajedrez roto, un fantasma del tiempo”. El ego me responde: “¡Que se jodan todos! Vales más que un montón de palabras con mucha diplomacia, que guardan un cerro de razones ocultas y dolorosas y unos oídos permanentemente cerrados por no querer quedar con sordera de mundo”.
Yo no quiero ser un andariego sin vaca, yo no quiero ser espectador de un discurso maqueteado.
Yo quiero aquello que he hecho mío porque lo sembré, le eché agüita, le di sol cuando había que alumbrarle, y sombra cuando necesitó un respiro.
Y entiendo que no hay tiempo ni distancia que separe a las almas que se hayan unidas por un plan divino. Es sólo que, no hay corazón que aguante. Mi veneno es la única forma de dosificar mi impaciencia, porque por muy firme que sea el elástico sólo dura lo que el otro quiere que dure, cuánto lo estire. Yo no soy quien anda cortando manos y pies sólo por necesidad de libertad (nací libre, nadie puede quitarme eso) yo corto cabezas cuando es el momento, y no doy vuelta a atrás, es por eso que me agotan tanto las idas y vueltas.
Se bien que soy insoportable, y se bien cuando. Que no se quedarme callada, que no tengo filtro, y todas esas cosas que puedan decirse de mí, pero se también quien soy, y tengo en claro que no paso fácilmente de un extremo al otro si no me dan razones para ello.
Me siento realmente molesta, pero también me siento como cuando termina la tormenta y sale el sol, y se ven los escombros en el suelo, pero aun uno piensa ¡oh! ¡estoy intacto!. Y claro está, que uno nunca queda tan intacto después de una gran tormenta, pero al menos, al menos, se que puedo construir nuevos cimientos sobre estas ruinas que dejo el invierno.
Porque no importa cuanto digas que de nada vale todo el conocimiento que hemos adquirido a través de los siglos, así de la misma forma, de nada valdría la palabra de un amigo que hemos dejado atrás. La historia no es polvo que pueda esconderse debajo de la alfombra. Y no se trata de ir acumulando conocimiento como recipientes vacíos que hay que llenar, ni tampoco de obsesionarse con ello y pararse sobre una columna de libros a dar cátedra de lo aprendido, porque el mundo no funciona así. Yo quiero abrir esa ventana que me invita a un lugar donde ambas cosas se pueden conjugar: la belleza de la ignorancia junto a la magia del saber.